jueves, 16 de mayo de 2013

Cápsula Bíblica 821

En los tiempos en que fue escrita la Sagrada Escritura, el tiempo estaba determinado por el curso del sol y de la luna. El día estaba constituido por la revolución aparente de la luna en torno a la tierra. El mes por la revolución de la luna alrededor de la tierra y el año por la revolución de la tierra en torno al sol. El día era la unidad base del calendario. Se dividía en mañana y tarde. La noche se dividía en tres vigilias: primera vigilia, vigilia de medianoche y vigilia de la mañana. En el Nuevo Testamento la división del día y de la noche es romana. El mes era lunar y constaba de 29 días, 12 horas y 44 minutos. Al comienzo Israel adoptó los nombres cananeos que tenían relación con las estaciones del año. La Biblia habla del mes de las espigas, del mes de las flores, del mes de las aguas permanentes y del mes de las lluvias abundantes. En los medios rurales se tenían en cuenta los períodos del año agrícola: mes de la siembra, de la poda, de la recolección del lino, del trigo, de la cebada, etc. Finalmente se adoptaron los nombres babilonios que sobreviven al judaísmo actual. El año era igualmente lunar. Constaba de 12 meses de 29 y 30 días respectivamente. Este año duraba 11 días menos que el año solar. A los comienzos el año israelita empezaba en el equinoccio del otoño. En vísperas del exilio, adoptaron, para la vida civil, el calendario babilónico que empezaba en el equinoccio de primavera. La semana nació como fracción del mes lunar en relación con las cuatro fases de la luna. Sólo el día sábado tenía nombre. Los demás eran: primero, segundo, etc., días de la semana. Más tarde el día sexto se llamó “parasceve” o preparación del sábado.

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